En las escarpadas sierras que rodean Ronda, entre barrancos y senderos ocultos, nació una figura que con el tiempo se convertiría en leyenda: el bandolero. Su origen se remonta al siglo XVIII, cuando la ciudad, como tantas otras en España, se vio envuelta en la lucha contra las tropas de Napoleón Bonaparte. No fue una resistencia menor: unos 1.400 rondeños se sumaron a los ejércitos de Sevilla y Granada para plantar cara a los invasores franceses. La batalla de Bailén marcó un punto de inflexión, obligando a José Bonaparte a abandonar Madrid y provocando que el propio Napoleón tomara las riendas de la contienda.
Pero la guerra dejó profundas cicatrices en la Serranía. Edificios derruidos, molinos y almazaras en ruinas, campos de cultivo arrasados… La población quedó sumida en la miseria. Fue entonces cuando algunos de aquellos guerrilleros, antaño defensores de su tierra, encontraron en los caminos y montes un nuevo modo de vida. Entre riscos y veredas solitarias, asaltaban viajeros, burlaban a las autoridades y tejían con sus hazañas un mito que aún perdura. Su imagen, con chaquetilla corta, faja de colores y trabuco al cinto, quedó para siempre asociada a nuestra tierra.
Sin embargo, no eran solo forajidos. En muchos casos, el bandolero no solo robaba, sino que traficaba con mercancías prohibidas, aprovechando las rutas de contrabando que llevaban hasta Gibraltar. Algunos, además, compartían una pasión por la tauromaquia, una mezcla de valentía y espectáculo que encajaba con su carácter. Así fue el caso de figuras como José María «El Tempranillo«, Juan Caballero o el temido «Vivillo«. Entre ellos destaca José Ulloa Navarro, conocido como «Tragabuches«, un hombre que lo fue todo: luchador contra los franceses, bandolero, contrabandista, torero e incluso cantaor, y dicen que no del todo malo.
La Serranía de Ronda se convirtió en un refugio y, al mismo tiempo, en un escenario de aventuras, donde la línea entre la justicia y la leyenda se desdibujaba. Aún hoy, en los caminos que serpentean entre las montañas, parece resonar el eco de sus hazañas.
Figuras legendarias del bandolerismo en la Serranía de Ronda
En los caminos polvorientos y los montes agrestes de la Serranía de Ronda, el bandolerismo dejó nombres que aún hoy resuenan en la memoria popular. Algunos fueron temidos, otros admirados, y muchos de ellos envueltos en una mezcla de realidad y leyenda.
Juan José Mingolla, “Pasos Largos”
Nacido en 1874 y fallecido en 1934. Juan José Mingolla Gallardo, más conocido como “Pasos Largos”, nació en El Burgo.
Su familia vivía cómodamente cultivando tierras y regentando una pequeña venta en el Puerto de los Empedrados entre El Burgo y Ronda. Más tarde, se trasladó al Cortijo de la Romerosa.
En 1901 inicia así una laboriosa vida de caza en furtividad bajo la persecución de la Guardia Civil, hasta que una denuncia le hace huir a los montes de la Serranía. En 1916 es detenido por la Guardia Civil de Ronda, siendo condenado en 1917 a cadena perpetua por el secuestro de Don Diego Villarejo Moreno y conducido al penal de Figueras. En 1932 es trasladado al Puerto de Santa María por una tuberculosis pulmonar.
Indultado por la República en 1932, “Pasos Largos” vuelve de nuevo al monte para continuar como cazador furtivo. Éste será su fin, pues el 18 de marzo de 1934 muere tiroteado por la Guardia Civil en tierras de la Serranía.
Diego Corriente, «El Bandido Generoso»
Diego Corriente, nacido en 1757, fue quizá el primer gran ejemplo del bandolero con tintes de justicia popular. Conocido como «El Bandido Generoso», su historia está marcada por un halo de romanticismo y rebeldía. Ligado a la dura vida de los jornaleros andaluces, encontró en el robo y el bandidaje una forma de resistencia contra un sistema que condenaba a los más humildes a la miseria.
A lo largo de su corta vida, Diego vivió numerosos amores y protagonizó incontables anécdotas. Su fama creció tanto que el Regente de Sevilla, Don Francisco de Bruna, lo persiguió sin descanso. Finalmente, fue capturado y, tras un juicio implacable, ejecutado en Sevilla el 30 de marzo de 1781. Su cuerpo fue descuartizado, una práctica habitual en la época para infundir temor, pero su historia, lejos de morir con él, se convirtió en leyenda.
José Ulloa, «Tragabuches»
José Ulloa, apodado «Tragabuches», es otro de los nombres que han quedado grabados en la historia de la Serranía. Desde su juventud, su destino parecía estar ligado a la tauromaquia: fue discípulo de Bartolomé Romero, perteneciente a una de las familias más toreras de la época. En 1802, en una tarde inesperada, se vio obligado a completar una corrida, marcando el inicio de su trayectoria en los ruedos.
Sin embargo, el destino tenía otros planes para él. Cuando se dirigía a Málaga para torear, decidió regresar inesperadamente a Ronda, donde descubrió la traición de su esposa. En un arrebato de furia y despecho, acabó con la vida de ella y de su amante. A partir de ese momento, su existencia tomó un rumbo sin retorno: huyó a la sierra y se unió a la célebre banda de «Los Siete Niños de Écija», convirtiéndose en un forajido temido y respetado.
José María «El Tempranillo»
José María Hinojosa Cobacho, más conocido como «El Tempranillo», nació en Córdoba, pero fue en la Serranía de Ronda donde forjó su fama. Su entrada en el mundo del bandolerismo fue temprana, como su apodo indica: con solo 15 años, tras matar a un hombre en la Romería de San Miguel, se vio obligado a huir para evitar la pena de muerte. Su camino lo llevó a la Serranía, donde se unió a la cuadrilla de «Tragabuches». No obstante, su ambición y carácter independiente hicieron que, tras dos años, decidiera formar su propia banda. Con el tiempo, su nombre se convirtió en sinónimo de astucia, audacia y cierta aureola de caballerosidad, lo que le valió la admiración de muchos.
Estas figuras, a medio camino entre la historia y el mito, han dejado su huella en la identidad de Ronda y su Serranía. Sus hazañas, ya sean reales o magnificadas por el tiempo, siguen vivas en el imaginario popular.