En pleno corazón del Alto Genal serpentea un camino a la salida de Cartajima que a los tres kilómetros confluye con la carretera que une Júzcar y Pujerra. Se trata del GR 141.2, tramo de la Gran Senda de la Serranía de Ronda, es mucho más que una ruta de 4,5 kilómetros: es un puente entre paisajes, aromas, estaciones… y leyendas que aún susurran al oído del caminante.
La marcha comienza a la salida de Cartajima, por la calle Calvario. Pronto, el sendero enlaza con el Camino del Helechar y desciende suavemente entre curvas de tierra y sombra. A la izquierda queda el Mirador del Quince, y más adelante, se abre un bosque de castaños que parece sacado de un cuento antiguo. Junto a ellos crecen encinas, cerezos, madroños, alcornoques, olivos y quejigos centenarios, componiendo un paisaje vegetal que se reinventa con cada estación.
Pasado el tercer kilómetro, el camino cruza la carretera que une Júzcar y Pujerra. A mano izquierda, casi escondido, un desvío conduce hasta un pequeño puente de hormigón que salva las aguas claras del Genal. Es el paraje del Molino de Capilla. Y es aquí donde la ruta se funde con el mito.
Wamba, el campesino que hizo florecer su destino
La leyenda cuenta que en tiempos visigodos, una comitiva de nobles y clérigos buscaba por estas tierras al elegido para ceñirse la corona: Wamba. Nadie sabía con certeza dónde vivía. Iban de aldea en aldea, de senda en senda, hasta que, al salir de Cartajima, bajando hacia el río, oyeron una voz que rompía el silencio del monte:
—¡Wamba! ¡Wamba! ¡Wamba!
Era su esposa, que desde el Tajo de la Zorra lo llamaba con urgencia. Él estaba abajo, labrando la tierra con su yunta de vacas.
Los emisarios siguieron la voz y lo encontraron allí, junto al Molino de Capilla. Le comunicaron el encargo real, pero Wamba se negó. Se decía viejo, sin letras ni ambiciones, apegado al trabajo honrado del campo. Tan firme fue su negativa que llegaron a amenazarlo con la muerte si no aceptaba.
Fue entonces cuando alzó su bastón y dijo:
—Cuando esta aguijada que tengo en la mano florezca, seré yo rey de España.
Y al clavar aquel palo seco en la tierra, ocurrió lo imposible: reverdeció y se cubrió de flores blancas.
Ante tal prodigio, Wamba aceptó la corona. La historia, recogida por Diego Vázquez Otero en los años cuarenta, aún se transmite de boca en boca por estas sierras, como un eco de tiempos remotos.
Últimos pasos hacia Pujerra
Volviendo al sendero, esta vía prosigue desde el Molino. Un nuevo desvío a la izquierda —esta vez bien señalizado como PR-A 225— marca el tramo final. La subida es exigente, atraviesa de nuevo la carretera y culmina en el Mirador de la Cruz, a las puertas de Pujerra.
Desde allí, el viajero es recompensado con una vista inolvidable: Cartajima, al fondo, con el Cancho de Almola en lo alto, y detrás, los perfiles abruptos de la Sierra del Oreganal, coronada por los Riscos, ese torcal esculpido por los siglos en la piedra caliza.
Un paseo breve en kilómetros, pero profundo en emociones. Un sendero donde cada paso es una página de historia, y cada rincón, una invitación a perderse entre la belleza y el mito.