En la Ronda de finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, donde el toreo era casi una religión y la sierra ofrecía refugio a los perseguidos, comenzó a forjarse la leyenda de José Ulloa Navarro, más conocido como el Tragabuches, uno de los personajes más fascinantes y oscuros del imaginario andaluz.
Nacido en Arcos de la Frontera en 1781, de estirpe gitana, heredó un apodo tan extraño como temible. Según la tradición, su padre lo ganó tras comerse en adobo el feto de una asna, un “buche”, gesto que acabaría marcando para siempre el nombre de la familia. Años después, José cambiaría su apellido original, José Mateo Balcázar Navarro, por el de Ulloa, amparándose en una pragmática real de Carlos III que permitía a los gitanos adoptar nuevos apellidos.
Su destino, sin embargo, parecía alejarlo del mundo salvaje de la sierra. Ronda fue clave en su juventud. Ahijado de Bartolomé Romero, pariente directo de la mítica familia Romero —fundadores de la escuela taurina rondeña—, el joven Tragabuches se formó en las cuadrillas de José y Gaspar Romero, aprendiendo el oficio entre el albero y la disciplina del toreo clásico. Entre 1800 y 1802 actuó como banderillero y sobresaliente, hasta que llegó el día que marcó su carrera.
El 12 de septiembre de 1802, en la plaza de toros de Salamanca, recibió la alternativa en una corrida trágica. Gaspar Romero fue mortalmente cogido por el primer toro y Ulloa, casi por obligación del destino, tuvo que rematar la faena. Aquella tarde, que pudo haber sido el inicio de una brillante trayectoria, se convirtió en el principio del derrumbe.
Instalado de nuevo en Ronda, su vida comenzó a desviarse del camino taurino. Se dedicó al contrabando, aprovechando la cercanía de Gibraltar y las rutas ocultas de la Serranía, acompañado por una bailaora conocida como María “La Nena”, con quien mantenía una relación apasionada y turbulenta. Juntos introducían mercancías que acababan en manos de las familias más acomodadas de la ciudad, mientras la sierra se convertía en su aliada.
La tragedia volvió a cruzarse en su camino en 1814. Contratado para torear en Málaga con motivo del regreso de Fernando VII, un accidente a caballo lo obligó a regresar inesperadamente a Ronda. Ese regreso selló su destino: descubrió la infidelidad de su compañera con un sacristán apodado Pepe “el Listillo”. La reacción fue brutal. Degolló al sacristán y acabó también con la vida de María, arrojándola desde un balcón.
Se integra en Los Siete Niños de Écija
Desde ese instante, Ronda dejó de ser hogar para convertirse en frontera, y la sierra, en refugio. Perseguido por la justicia y con la vida rota, Tragabuches se echó al monte y se integró en algunas de las partidas más temidas del momento, entre ellas Los Siete Niños de Écija, dirigidos por Juan Palomo, y coincidiendo en sus andanzas con figuras como José María “El Tempranillo”. Los Siete Niños de Écija fue una de las cuadrillas de bandoleros más conocidas de la Andalucía del S. XIX, si bien ésta, encuadrada en sus filas a más de siete bandoleros, de los cuales ninguno era de Écija; de ahí la frase “ni eran siete, ni eran de Écija”. En dicha cuadrilla permaneció hasta su disolución, alcanzando un gran renombre como destacado bandolero. Al llegar la disolución la mayoría de los miembros de la cuadrilla fueron recibiendo el indulto y otros ajusticiados, perono hubo perdón para José Ulloa, cuya huella se pierde en absoluto desde ese momento. El Tragabuches desapareció sin dejar rastro. Nadie supo con certeza cómo ni dónde terminó su vida. Su final quedó sepultado en el silencio de la sierra, alimentando aún más el mito.
Tragabuches, durante años fue bandolero, contrabandista y fugitivo, moviéndose por los caminos serranos que rodean Ronda, donde su nombre empezó a mezclarse con el miedo y la leyenda. Además de torero y bandolero, fue también cantaor.


